14.4.11

Confesión

Estaba enferma: el frío, la gente, la presión, la gripe. Sobretodo, la encorvaba un recuerdo que era más como una presencia. Latente por supuesto, pero ahí estaba, en el vacío y la parálisis. "Es lo que no está a nuestro alcance pero podría estar lo que nos produce ilusión. Tengo que curarme, o cambiar de ilusión", pensaba mientras miraba la luna.

Vanidosa, también pensaba en la belleza de su imagen al pie del acantilado, a la luz del cuarto menguante más grande de su vida. Se respingaba con frecuencia y casi no se notaba su joroba. Perspicaz, tomaba nota de todas estas cosas, pero no le alcanzaban para resolver su malestar. Se lamentaba de haber perdido la única intimidad en la que se permitía quejarse.

Así pasaban sus días.

Yo la observaba desde la punta del cerro y la inventaba en mi cabeza. Supongo que la estampa estimuló algún saldo de romanticismo. La imaginé talentosa y apasionada. Insatisfecha y melancólica. De pronto también niña y saltarina. De lealtades y traiciones, como todos pero más. La reconocí, otra como yo esperando la lluvia sin paraguas. Y así varias cosas más. Me gustaron los contrastes. Por un instante llegué a creer que nuestras vidas podrían ser mejores. Digamos, como una paleta con más colores.

Luego de algunos minutos se arropó con una manta o un chal, dio media vuelta y miró en mi dirección. Como si de una señal se tratase, fue entonces que apunté. Si me vio no hizo un gesto. Fue perfecto. Estoy seguro que dejó de sufrir sin darse cuenta. Nunca me lo agradecerá.

Confieso que ahora la extraño. Pero es mejor así, para ambos.