5.8.09

Querido Julito,


He estado pensándomelo un buen rato y debo decir que, de todos mis amigos y conocidos, el más feliz de todos has sido tú. De lejos. Algo notable, considerando que además no eras ningún tonto.
Han pasado ya tres años de esa noche inolvidable en que París era una fiesta, como yo nunca antes o después la vi. Francia le había ganado a Brasil en un gran partido del mundial, y pasamos horas caminando, bebiendo, fumando y conversando, yo sin zapatos y tú sin reparos. Fue la noche que me contaste quién eras en realidad y lo contento que estabas de ser quien eras.

Y yo, que me considero un tipo sin mayor cosa que reclamarle a la vida y sin envidias, pude admirar tu espíritu como un don de elegido. Otra cosa, un valor increible. Fue bueno verte y poder ser parte, en ese momento, de ese estado de tu alegría.
En este tiempo varias veces he intentado escirbir sobre ti. Lo siento como una deuda. No tengo excusas por el tiempo pasado, salvo algo como una disposición a no precipitar las emociones, y el saber que nunca tuviste prisa por cobrarle a un amigo. Pero hoy volví a recordarte y sentí la necesidad. Que son casi tres años de tu partida y sigues estando presente.

Algo me pesa también no haber estado en tu entierro, ni haber visitado a tus padres. Supongo que tengo algunas razones para eso, pero no me voy a excusar. Supongo que soy algo ingrato. Supongo que preferí llorarte solo, en momentos diferidos e inesperados. En el fondo siento que no puede ser eso, una despedida, cuando más bien tenemos pendiente otro encuentro para seguir conversando sobre lo buena que es la vida.

No podías saber que te irías tan pronto, pero de un modo que ya entonces se me hacía excepcional, sabías que hay que vivir con esa integridad y generosidad. Así vivías y así te fuiste. No puedo dejar de apreciar y agradecer esa gran lección, que es muchísimo. Pero cómo me faltas, amigo.
PD. Creo que hay gente que puede no estar pero, para bien o para mal, mantiene una presencia. No por misticismo o mistificacion, sino por lo que va dejando a su paso. En esos últimos días tú simplemente brillabas. Estabas enamorado, te sentías absolutamente libre y habías pasado un tiempo estupendo en Francia. Los que tuvimos la suerte de estar a tu alrededor entonces podíamos percibir con claridad toda esa energía. Es curioso, pero siento como si algo de eso se hubiera quedado impregnado en nosotros para siempre: tu estela.