10.3.10

Elogio del sopapo

Se me ocurre preguntarme si yo estoy conmigo. Puede que no sea tan absurda la pregunta. Porque estando solo y estando acompañado se suele desear el cambio de esos estados. Parte de uno se traslada a otro lugar y tiempo, e incluso a otro mundo. Precisamente, la parte más dispuesta a encontrarle el lado amable a las cosas. De ahí los aburrimientos, las frustraciones, las escisiones y las rupturas. Administrar estos pequeños inconvenientes tal vez sea cuestión de estar atentos a un estado que puede pasar por distracción, pero que bien visto se me hace más cercano a la arrogancia. Arrogancia que es en sí abandono de uno y soledad.

Es usual en estos casos de aparente crisis el recurso a una retórica de justos medios y balances. Pero yo no me considero un desequilibrado. Una pena pues, aunque de papel, el lugar común podría servir de refugio durante las horas del mal, siquiera un rato. Se me hace entonces más efectivo un buen sopapo, el remedio que los antiguos copiaron de la vida misma. La pena es que, malditas pedagogías esotéricas, la medicina convencional me fue negada de pequeño, y mi organismo se resiste a asimilar sus propiedades. Pero insisto en automedicarme, y hasta me animo a experimentar con nuevas fórmulas.

PD. Me han hecho ver, de un sopapo, que para que el sopapo sea efectivo debe venir por sorpresa. Con razón pues.