19.2.09

Mi primer artículo

El primer artículo que escribí con pretensiones de tal, fue en realidad una composición escolar sobre Juan Salvador Gaviota. Había desarrollado una opinión tan crítica sobre el libro que me salió eso: una crítica literaria, creía yo, demoledora y definitiva. No la conservo pero seguramente era rabiosa y presuntuosa. De hecho, más que una crítica literaria, era un manifiesto de rechazo a la ideología subyacente. Lo que, por lo demás, probaría que mi disposición al relajo es anterior al tedio profesional.

El punto es que mi composición terminaba pidiendo que retiren el libro de la curricula escolar porque, qué chucha se había creído ese pinche pajarraco… ¿que uno tiene que volar siempre más rápido para llegar al cielo de los pajarracos? La idea que uno tiene que destacarse del montón, distinguirse. Esto a través de la soledad y el sacrificio, al menos hasta poder estar exclusivamente entre gaviotas planeadoras – gente como uno – para, luego, una vez consolidada una posición, mirar hacia abajo y formar a más plumíferos como uno. Induciendo a estigmatizar al que es distinto en su forma de ver la vida – al ser conforme, vamos – como un tipo ordinario, vulgar y hasta indigno. Y todo esto usando la metáfora del vuelo, un auténtico sueño, pero despojado del placer de levedad. Es decir, el horror.

Me había sentido agredido por JSG, confieso. Y luego me habían dado la oportunidad de plasmar mi reacción en un papel. O no tengo idea de qué se pretendía con esa tarea escolar. El hecho es que fui purito afán con mi composición y seguramente pensé en el inicio de una brillante carrera como opinólogo o alguna vanidad por el estilo. Hasta pude haber pensado en iniciar un debate público para cambiar la pedagogía de mi colegio, qué sé yo, delirios de grandeza.

Y luego me pusieron 10 (sobre 20, claro, jalado, por atorrante). Y entonces, en mi incomprensión del sistema y en la incomprensión de mí por el sistema, empecé a comprender que JSG podía ser comprendido de otra manera. En fin, justamente por eso, más de veinte años después me ratifico: hay libros que merecen ser quemados a diario.