22.2.09

De literatura, exilios y física cuántica

Para alguien que desde la infancia ha tenido cierto apego a la literatura, es un gusto estar de acuerdo con Roberto Bolaño cuando dice que, probalmente, los escritores y lectores incurren en una forma de exilio al dejar atrás la infancia. Que embarcarse en la literatura constituiría una suerte de exilio: el ingreso voluntario, por las razones que sea, al laberinto de la escritura. Lo que supone adoptar una forma de ser y de estar, y de trabajar, se esté donde se esté.

Para ilustrar esto, Bolaño presenta a Arquíloco, poeta y mercenario griego del siglo VI antes de Cristo, famoso por haber contado en un poema cómo abandonó el combate y a sus compañeros de armas, incurriendo en traición, por salvar el pellejo. Evidentemente entendía su vida como un permanente exilio, sin valor fuera del ámbito de la poesía. Era ese el viaje que deseaba continuar, y en consecuencia mostró su valor con la pluma, arriesgando la vida y el honor al convertir su fuga en literatura.

Pocos en estos tiempos dispuestos a atribuir ese valor supremo a la literatura. Más corriente identificarse con Glauco, amigo de Arquíloco, a quien curiosamente éste dedica unos versos que Bolaño presenta como “de una tristeza pragmática”:
Tiene el hombre mortal, Glauco, hijo de Leptines,
los ánimos según se le presenta el día
e ideas con arreglo a aquello en que trabaja
Pues ciertamente el exilio real conlleva la necesidad de adecuarse al nuevo entorno, sobre todo si va a ser prolongado. Lo que aleja del arquetipo de escritor que con la pureza que le es propia describe Bolaño, pero acerca a otras reflexiones que pueden resultar más necesarias a la cotidianeidad.

Me estoy refiriendo a exilios voluntarios, tan comunes hoy por diversas razones. En algunos casos, probablemente se deriven de una intención por experimentar otras realidades: algo parecido a una vocación literaria. A fin de cuentas, el laberinto literario es en cualquier lugar una forma de escape de realidades insatisfactorias. Y es válido pensar que el exilio permite desarrollar nuevas perspectivas, a partir de las cuales acceder a otros niveles de realidad en los cuales sentirse más a gusto.

No obstante, establecerse en un nuevo país y empezar una nueva vida, no quita que, más allá del trabajo, las nuevas perspectivas y la literatura, persista la importancia de establecer vínculos espirituales. Pues el exilio suele ser una experiencia solitaria. Hablo de vínculos que no necesariamente lleven a sentir pertenencia pero sí tal vez conformidad con la permanencia del exilio (pues es posible que nunca se deje de ser exiliado). En primer lugar y por supuesto, una pareja estable y eso que llaman nucleo familiar. Por supuesto, hay diferentes formas de encararlo.

El exiliado debe tener en cuenta que, en la medida que el medio ambiente le es ajeno y requiere de él un esfuerzo de adaptacion, puede inducirlo a construir relaciones humanas en términos asimétricos. Por eso, debe intentar identificar las variables que le permitan adecuarse a la inevitable sensación de desarraigo sin que esto lo lleve a sentirse alienado. Tratar de comprender algo así como las partículas elementales de su ser, aquellas cuya estructura interna no puede describirse como una simple combinación de otras partículas.

(Digresión científico-romántica: para la física cuántica las partículas elementales son las piedras angulares del universo, de las que todas las otras partículas están hechas. Por cada partícula elemental existe una antípartícula de valores opuestos de la que esta seria indivisible. Por ejemplo, los quarks tienen a los anticuarks, una y otra partículas de colores que se observan siempre como partículas compuestas, de color neutro, llamadas hadrones. En teoría, las partículas elementales permiten predecir la existencia de partículas simétricas).

Pero seguramente este es un esfuerzo necio. El hecho, real y concreto, es que las relaciones humanas reflejan una suerte de puesta en escena del principio de incertidumbre. Según el cual, los valores de determinados pares de variables conjugables (tiempo y espacio, por ejemplo) no pueden ser previstos; pues, cuanta mayor precisión en el conocimiento de una propiedad, menor precisión habrá en el conocimiento de la otra. De donde se deriva la teoría del caos, tan válida para el universo como para la cotidianeidad humana.

No hay, pues, escape posible ni vuelta atrás a la incertidumbre generada por el exilio. Solo queda la actitud adoptada por Glauco, hijo de Leptines, para enfrentar el resto del viaje. Y por supuesto la escritura, que en efecto lleva a otras formas de exilio, en las que es factible intentar un mejor reconocimiento de las partículas elementales de cada quién y, quizás, del universo. Aun cuando el afán pueda ser vano, el proceso basta; eventualmente, alguien más podrá comprender.

Foto de Gregory Colbert.